Este taller dedicaba su producción a embarcaciones de pequeño tamaño; gamelas, chalanas, lanchas xeiteiras, botes polbeiros (pulperos), e incluso, se llegaron a construir una docena de traineras. Además de José Del Río trabajaba también un vecino de Cela, el Sr. Marcelino.
Esta parte más antigua estaba formada por una estructura constituida por un tejado de dos aguas asentando sobre columnas de piedra. En ella se alberga un pequeño desván en el cual se encuentra la “tronzadora”, que es la máquina de afilado de la sierra de cinta; bajo este tejado está colocada la sierra de cinta, y la máquina de “regruesar” las tablas. Estas dos herramientas constituyen la innovación tecnológica más destacada de este oficio y están presentes en todos los talleres aún en activo.
En otra parte del taller, se sitúa una pequeña oficina que hacía la función de almacén, para guardar las herramientas. Este elemento fue añadido posteriormente en una ampliación llevada a cabo por otro propietario
El astillero de la Banda do Río, en su pasada configuración formal, respondía a la sencillez constructiva de la arquitectura popular marinera. Partiendo de un espacio nuclear básico, de construcción más antigua y cuidada, en la que se empleaba la piedra y la madera como materiales de construcción principales, se fueron añadiendo anexos tallados en madera. Se pretendió contratar un servicio para proponer y definir ideas, a nivel de anteproyecto, para las actuaciones de conservación, puesta en valor y rehabilitación para su uso cultural del Astillero de la Banda do Río.
En el año 1938 el astillero fue comprado por Rosa Cortizo Cerviño, para su hijo, José González Cortizo, al fallecer el carpintero anterior.
Con este cambio de propietario el taller incrementó su actividad pasando a construirse en él embarcaciones de mayores dimensiones, a razón de dos por año, sin contar las embarcaciones de pequeño tamaño que seguían construyéndose como complemento de la actividad.
Este aumento de la producción se vio reflejado en el número de trabajadores, ocho empleados en las épocas de mayor actividad.
Cabe destacar a dos de estos operarios, los hermanos “Lamosa”, que eran los encargados de recoger la madera en el monte y preparar las tablas, empleando para este fin la “sierra portuguesa”. Esta elección y preparación de la madera en el monte se remonta a los mismos inicios de la carpintería de ribeira, y resulta curioso cómo se mantuvo hasta hace poco tiempo.
Con la implantación del motor como método de propulsión principal, las embarcaciones aumentaron sus dimensiones, lo que hizo necesario la ampliación de las instalaciones. Estas ampliaciones se realizaron en varias fases, lo que le confirió del aspecto tan peculiar que presenta en la actualidad. Estas obras se realizaron alrededor del año 1975, primero hacia la sierra de Freire, y más tarde, hacia el mar.
En el año 1988 se construye un muro de abrigo para proteger las casas de las marejadas, una obra que provocó la destrucción de las vías de varada del astillero. Esta estructura estaba compuesta por tres raíles paralelos, dos laterales a la misma altura y el central más bajo, a modo de “v”. Los mencionados raíles se apoyaban en unos pilotes de madera enterrados en la arena de la playa, y las vías tenían una longitud aproximada de 30 metros.
La pérdida de esta estructura provocó que entre los años 1986 y 1988 se construyeran dos barcos al lado del puerto pesquero, en un cobertizo levantado para esta obra. El primero de ellos fue el “Galaico” que, con una eslora de 21.70 metros, es uno de los de mayores dimensiones construidos por Manuel González Ferradás. Aprovechando la infraestructura construyó después para él mismo un barco de la batea “Purro”.
Otra embarcación reseñable por sus dimensiones fue el “Sibaniño”, botado en el año 1973, que tenía 19 metros de quilla. Precisamente su tamaño provocó diversas curiosidades, como que durante su construcción se ocupó parcialmente la calle. El carpintero comenta a modo de anécdota que la proa estaba tan cerca de las casas de enfrente que con un pequeño salto se podía pasar del balcón al barco. En la botadura las vías de varada habían cedido por el peso, provocando que la embarcación quedara detenida en el medio de su recorrido sin llegar al mar, prolongando la botadura hasta la siguiente pleamar después de solucionar el contratiempo.